Todos deseamos tener una buena muerte
La pasada semana leí este artículo https://www.larazon.es/madrid/20220109/dfitts5355f4rauoqzm5x4x2oq.html donde el Hospital Laguna reivindica los cuidados paliativos y la atención psicológica a los enfermos terminales, subrayando la importancia de dar sentido a la vida de los pacientes.
Soy voluntaria en el equipo de paliativos del Instituto San José y me sumo a esta reivindicación.
¿Qué sabemos del proceso de morir? ¿Qué ocurre en los momentos finales? Posponemos hablar de nuestra muerte esperando que si obviamos hablar de ella, esta no se acordará de nosotros. La muerte va apareciendo a nuestro alrededor desde pequeños cuando mueren familiares, vecinos, amigos cercanos, de forma natural, de accidente, por enfermedad. Lo habitual, en nuestra cultura, es esconder los últimos momentos de la vida a los ojos del mundo, como si fuera algo vergonzoso, quizás para preservar los recuerdos de vida, muchas personas dicen no querer visitar al enfermo o verlo cuando muere, porque prefieren recordarlo tal como era, como si lo que ES en ese momento no fuese él o ella. Quizás por el propio miedo de las familias a no poder soportar esa realidad o no saber enfrentar aquello que recuerda que nosotros mismos tenemos el mismo destino.
Todos deseamos morir en paz, cuando pensamos en nuestra muerte, imaginamos morir en casa, en nuestra cama, rodeado de las personas que nos quieren, y sobre todo, sin dolor. La muerte y el dolor es algo que van muy asociados, tanto que los cuidados paliativos están dispuestos para evitar el dolor. La muerte no es algo dulce, y la fase final no suele ser tranquila ni sencilla, suele ser una lucha en la que los órganos internos van fallando, el cuerpo trata de vivir, de luchar hasta el último aliento, hasta su último instante hay un intento de permanecer, de perdurar y no soltar la íntima relación de cuerpo y mente que hemos alimentado desde antes de nacer. Esa íntima sociedad que la vida ha propuesto para el cuerpo y para la mente trata de aferrarse con energía y desplegar todo su potencial hasta que no queda más energía para vivir y concluye con el fin para el que nació, su disolución.
Normalizar la muerte, hablar de ella, acompañar y asistir a la persona que se va con plena consciencia, despidiéndote de él o de ella, agradeciendo el camino recorrido compartido, tener la posibilidad de cumplir aquello que falta por hacer o decir. En ese momento del final, cuando uno se mira y no se reconoce y sale la frase “con lo que yo he sido” es el momento de recapitular, de dar sentido a la vida y de contemplar que todo el camino hasta ese momento mereció la pena, recordar los buenos momentos, las enseñanzas, visualizar el legado que dejas, todo eso ayuda a ver la vida desde otra perspectiva y uno, va quedándose tranquilo, sabiendo que lo que hizo mereció la pena y que puede partir en paz.
¿Qué es para ti una buena muerte? Te leo en los comentarios