Durante el día, ¿con qué frecuencia nos damos cuenta de que inspiramos o expulsamos aire? Posiblemente sólo cuando sufrimos un sobresalto o hacemos ejercicio vigorosamente, o si se nos pide que nos centremos en nuestra respiración en una clase de yoga o meditación.
Entendemos la importancia de oxigenar nuestros cuerpos, pero raramente utilizamos nuestra respiración correctamente. Nuestra inspiración es a menudo el doble de larga que nuestra exhalación.
Este patrón respiratorio no sólo nos impide limpiar adecuadamente nuestros pulmones sino que también refleja nuestro mayor miedo, el de morir. La idea de vaciar los pulmones completamente nos asusta a nivel inconsciente, ya que os parece demasiado definitivo. Nos sentimos mucho más cómodos respirando profundamente y llenándonos bien.
Respirar de este modo refleja la noción de “acumular”. Por nuestro miedo a la pérdida consumimos y adquirimos más y más, hasta que literalmente nos bloqueamos en un patrón de respiración poco profunda. Esta respiración superficial nos desconecta de nuestra fuente, haciéndonos sentir vulnerables y aumentando nuestra necesidad todavía de acumular más cosas.
Cuando exhalamos y permitimos que nuestros pulmones se vacíen completamente, no sólo nos liberamos de toxinas sino que también soltamos nuestros apegos. Cuando exhalamos completamente, dejamos ir y permitimos el cambio. Es nuestro miedo a la pérdida el que nos impide experimentar la diferencia.
Al final de una larga exhalación, nuestros pulmones automáticamente aspiran aire fresco, ¡Sólo así, cuando estemos dispuestos a dejar ir completamente lo viejo hacemos espacio para lo nuevo y permitimos que sucedan los milagros!
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